Para los navegantes de este blog, les hago llegar uno de los textos del libro Re-Cuerdos, de Oswaldo Mantilla Aguirre.
LAS RADIONOVELAS
Una de las tradiciones que han permanecido por años en nuestras sociedades es sin duda las famosas radionovelas y radioteatros transmitidas por las primeras estaciones de radio de la capital. Los asiduos oyentes, en su mayoría adultos, se convertían en eslabones o nexo familiar antes, durante y después de sintonizar dichos programas.
Escuchar la radio no era pretexto para dejar un lado las labores diarias de trabajo, sino más bien un estímulo y compañía. Los radios de tubos y perillas, los transistores de una banda, tenían un espacio preferencial en la calidez de los hogares pueblerinos. La tranquilidad y la camaradería en estas reuniones de trabajo nocturno, se complementaban con los juegos infantiles y populares que arrancaban algunas risas y gritos de los guambras en las calles y esquinas alumbradas por los pequeños faroles colgados en las amplias ventanas de las casas.
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Mientras escuchaban la radio, toda la familia sentados en el suelo en medio círculo rodeando al padre, dejaban de limpiar el trigo y sacar la granza. Los arneros, recipientes con huecos pequeños en el asiento, volvían a sus movimientos habituales en el momento en que pasaban las propagandas. Otros en cambio se dedicaban a desgranar el maíz y el morocho.
En aquellos tiempos, cuando la televisión era todavía una utopía, un sueño y un aparato desconocido, la única fuente de diversión en el hogar era escuchar la radio, donde se pasaban diariamente, (las noches), programas de entretenimiento y las tradicionales radionovelas.
Kaliman, Los tres Villalobos, Porfirio Díaz, El ojo de vidrio, etc, eran las radionovelas preferidas y muy escuchadas por el público mayor y en general en compañía de toda la familia, luego de la merienda. La sala, y la cocina eran los sitios escogidos para este ritual.
Los más pequeños de la familia eran los que en cierta forma salían a jugar en la plazuela, mientras duraba la jornada de trabajo nocturno de sus padres. Al terminar los juegos regresaban a sus casas para colaborar con dicho trabajo. Los más pilas, recogían los desechos (la granza) que depositaban en una funda o costal. Los guambras cogían la granza, y en la mesa iban juntando de uno en uno el trigo o la cebada para luego vender a sus progenitores, quienes les pagaban un real por cada libra de trigo limpio.
Desde temprana edad ya se vislumbraba a los futuros comerciantes de granos que sería el orgullo de los padres. Comenzaban a valorar el trabajo que en principio era en simple pasatiempo.
2 ene 2009
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